Me contemplo desde arriba.

Vértigo, tengo mucho vértigo cuando te miro desde aquí arriba. No sé por qué, el caso es que las calles parecen líneas que se cruzan en un sinsentido que me recuerdan los eventos de mi vida.

Sumo y sigo. El tiempo… el tiempo era una especie de huracán que se llevaba todo lo que pillara por delante. Devastador, sin memoria, sin comienzo, sin final. ¡Ahora que todo volvía a ser como antes!

Y el silencio, una espiral cuyos extremos se unen. Imposible, pero real. Como una especie de poesía que acaba por el principio, como un beso a una rama de olivo.

Los peces son todos de colores diferentes, no hay ninguno igual. Y el mar es tan cristalino, que se puede ver el centro de la tierra y los extraños seres que lo habitan. No deja de ser curioso que todavía no he podido hablar con ellos de simples cosas.

A todo esto, las tardes caen como hojitas de otoño. Con melodías alegres que me recuerda todo lo que habíamos vivido, que me recuerdan a ti. Exactamente, es una brisita suave, dulce, que moldea mi sonrisa. He llegado a la conclusión que en la brisa esta, hay partículas de ti.

Por fin, el amor. Sentimiento que me invade cada vez que pienso en ti. En este sitio sólo puedes traerte amor de equipaje, lejos de la costa. Me llevo la mitad de los besos que me diste. La otra mitad los dejo para ti. Yo “sólo” quiero volverte a ver, y a lo más que realmente puedo aspirar es a soñarte. Como ahora, que sueño en prosa.

- ¡Despierta!

y desperezándome, espeté un contundente:

- ¡Vaya! He vuelto a quedarme dormido.

El amor me visita de vez en cuando, en sueños, que aprovecho para decirte TE QUIERO y no quiero ningún reconocimiento, sólo tu calor.